17 de abril de 2010

Dedos, sinónimo de destrucción si no los usas bien.

Evasión, tranquilidad, paz.

Ashley creía tener porfin la solución a su problema. Menudo problema, ¿verdad? al de ser perfecta me refiero. Desde pequeña, todo el mundo le había aplaudido por las cosas que hacía, le habían puesto unas pautas a seguir, tenía que cumplir completamente todo.

Baño, vater, tapadera.

Dirigirse al baño, para ella, era como un ritual de calma, de serenidad. Sabía que cada vez que se dirigía allí, a las doce de la noche, no era para hacer algo perfecto, al revés, estaba haciendo algo imperfecto y, realmente, eso era lo que quería. No quería ser admirada, no quería que tantas responsabilidades cayeran sobre sus hombros. Quería por una vez saltarse su guión, dejar de ser lo que era para convertirse en una persona imperfecta.

Agachada, dedos, garganta.

Cuando porfin ya había llegado a la puerta, la abría, silenciosamente, para que sus perfectos padres no oyeran nada. Se quedaba mirando a la taza del vater como si, realmente, fuese su amiga. Se agachaba justo a su lado, la levantaba, metía dos de sus dedos hasta la campanilla, una y otra vez, hasta que porfin la comida salía por donde había entrado. Se quedaba un rato más en el baño, abrazando la taza y después se dirigía a su habitación, como si nada imperfecto hubiese hecho.

Evasión, tranquilidad, paz.

En realidad, Ashley no lo hacía porque tenía problemas con su físico o porque no se sentía orgullosa de si misma. Simplemente, lo hacía porque, así, sabía que poco a poco, cuando su cuerpo fuese cambiado y deformándose, la gente vería que no era la niña perfecta que todos pensaban.


Y de esa...extraña manera, quería arreglar su vida.

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