15 de abril de 2010

Dos vidas completamente diferentes.

Ashley estaba sentada en el alféizar de su ventana, mirando las estrellas, mientras su criada le acababa de pintar las uñas.
Clavó la vista a lo lejos, miraba fijamente a ese barrio que tanto odiaba, al menos eso creía ella. Frunció el ceño y pensó que si no fuese tan cobarde tal vez al día siguiente podría pasarse por allí, tan sólo por simple curiosidad, para ver que tal viven. Para ella eran dos mundos totalmente distintos, en uno tenían todo lo que querían y en otro tenían únicamente lo que necesitaban.
La criada, Antonella, ya había terminado y estaba recogiendo las cosas para salir.
-Boa noite.- Dijo con voz cortada, en portugués.
-Eh, adiós.- Respondió Ashley tajante. Era muy dulce con sus amigos y familiares, pero con los criados era realmante malvada.
Bajó al jardín para tomar un poco el aire, mientras los rulos le hacían las formas en su cabello rubio. Miró de nuevo hacia el horizonte, donde un centenar de casas bajas asomaban y las luces brillaban con menos intensidad que en su urbanización.
-Ash, cariño, entra ya en casa que es tarde.- Dijo su padre cortándole todo tipo de pensamientos que pasaban por la cabeza de la muchacha.
Ella tan sólo sonrió y se acercó a su padre, los dos entraron abrazados en casa. Como una gran familia feliz.


Makia estaba sentada en las escaleras de su casa, tenía las bolsas de mercancía en la mano, pensando a dónde las podría ir a vender. Había acabado de hacer los deberes y se estaba fumando un verde.
Ese era su ritual cada día; acabar los deberes, sentarse en las escaleras, pensar zonas para traficar, fumarse un verde mientras y pasar a la acción cuando la noche cayera al fin.
Se echó un vistazo por encima. Menuda ropa llevo hoy, pensó. Unos pantalones tejanos, rajados por todos lados, una camiseta de tirantes rosa, manchada de grasa porque estuvo ayudando a Karl con la moto, un pañuelo que envolvía su pelo moreno y los ojos pintados de negro a saco, sin piedad, que hacía destacar su iris verde esmeralda.
Clavó la vista al fondo del horizonte, donde unas luces brillaban intensamente, donde los niños ricos estarían tumbados en sus camas con sábanas de seda y...argh, le entraron arcadas nada más de pensarlo. Que vidas más fáciles tenían aquellos del otro lado, y lo jodida que era la suya.
Se pusó en pie y le dió la última calada al verde, lo tiró y lo pisó con una de sus converse desgastadas. Se alisó la ropa, como pudo, y se guardó la bolsa de drogas en el bolsillo trasero del pantalón.
-Jodida cría de mierda...Entra ya a casa si no quieres dormir hoy en la puta calle, coño.- Dijo su padre de mala manera mientras escupía en el suelo.
Makia puso los ojos en blanco y sin reparar en las miradas amenazadoras de su padre entró en casa.
-Gilipollas...- Susurró cuando pasó justo al lado del viejo alcohólico que tenía por padre.

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