15 de abril de 2010

Se llama Makia y es una delincuente juvenil.

La calle es un buen libro, sí, no digo que no, pero cabe recordar que estudiar también es bueno.

Era esa frase el lema de su vida. Y siempre lo sería, pensó.
Decir que se había criado en la calle suena a tópico, pero, literalmente, Makia se había criado en la calle. Desde bien pequeña, para evadirse de las palizas de su padre y de los gritos de su madre, había aprendido que si no estaba en casa entonces estaba a salvo y sí, eso fue exactamente lo que hizo.
Vivía en uno de los barrios más conflictivos de Londres y a estas alturas, con diecisiete años, ya había visto todo lo que tiene que ver una persona antes de morir. Había visto las consecuencias de las drogas, lo malvadas que pueden ser algunas personas o, simplemente, lo que puede llegar a hacer la vida.
La banda sonora de aquel barrio era el sonido de las sirenas de los coches de policía, de las ambulancias y los bomberos.
Pirómanos, drogadictos, delincuentes juveniles, asesinos, maltratadores y ladrones, he ahí el resumen de la gente que habitaba en aquel lugar.
Makia no tenía miedo, pero ¿cómo lo iba a tener? si se había criado entre ellos, había llevado un día a día durante toda su vida manteniendo conversaciones con ellos y, en realidad, no eran malas personas. Bueno, visto desde las leyes y la justicia pues sí, si lo eran y mucho, pero desde la vista de Makia tan sólo eran personas que había tenido una vida realmente desgraciada y necesitaban sentirse útiles a su manera.

Y ella, formaba parte de ese grupo de personas, por desgracia, ya la habían calificado como una delicuente juvenil.
Aunque si la gente se molestaba en conocerla un poco, sabría que lo hacía porque no tenía otra opción, porque era como ellos o estaba muerta.

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